El Ayuntamiento trabaja junto al resto de Administración en el contenido de esta titularidad, pero la ciudad no necesita de excusas para reivindicar un lugar que históricamente ya le pertenece. Ahora solo falta andar con tiento los últimos pasos
VALENCIA. Tierra de húmedos arrozales, también de verdes campos de chufa, que hacen posible la paella y la horchata. En Valencia se sirve el mejor zumo de naranja, y se vierte en vasos generosos a precio razonable. Hay muchas más riquezas gastronómicas, ¿porque acaso no sentimos propio el esgarraet, las clòtxines o la coca de llanda? Vivimos en una ciudad con una dieta única, con una mesa de altura, pero si la FAO nos ha otorgado la Capitalidad Mundial de la Alimentación durante 2017 es por muchas otras razones, que tienen que ver con un modelo productivo del que sin duda queremos ser (y somos) parte.
Esta semana el alcalde de Valencia, Joan Ribó, se reunía con el president de les Corts Valencianes, Enric Morera, con el objetivo de trabajar en el contenido de esta titularidad, como ya hizo en su día con Ximo Puig y Mónica Oltra. En el encuentro se hablaba, fundamentalmente, del “derecho a la alimentación sana” y de “la posibilidad de buscar soluciones desde el ámbito local para un problema global”. La traducción, en materia práctica, es apostar por un modelo sostenible que alcance todas las esferas sociales e involucre a todos los ciudadanos. Algo pionero, pero también histórico, incluso intrínseco.
A Valencia le sobran argumentos para ocupar un puesto de reconocimiento en la vanguardia de la alimentación, a tenor de una receta eminentemente localista y que apuesta por el producto propio. Bastará con un poco de mimo y dejar cocinar fuego lento.
El campo valenciano es uno de los más importantes del territorio peninsular, si bien la labor de sus trabajadores está experimentando una reversión hacia los orígenes. En palabra de Ribó, hay que apostar por un trabajo “con el mínimo de productos tóxicos, un agricultura ecológica, de kilómetro cero y muy sostenible”. Si bien puede a sonar a burbuja naturista, el concepto se torna interesante conforme se modera. Se trata de cuidar la tierra, de vender los frutos que da por un precio justo y de comerciar con los que tenemos cerca, ¿para qué irse más lejos? En este sentido cabe valorar iniciativas como la del Mercado de Productores instalado a principios de 2016 en una peatonalizada Plaza del Ayuntamiento. Un total de 80 paradas en las que, frente al consistorio, se prodigan alimentos de productores locales, pero también utensilios de pesca, cosméticos y libros. Está pendiente de reedición.
Un bien inmaterial de los valencianos que no todos conocen. Como lo definía Vicent Molins, “la sacristía de la huerta valenciana”. El siguiente paso de la agricultura bien hecha es una institución foral, con una idiosincrasia muy particular, que se encargue de comercializar la labor. La Tira de Contar está pensada para el abastecimiento comercial con productos cultivados en la huerta, frescos y recién cosechados. Es donde compran los que venden. Instalada en una nave de 6.000 m2 en la que confluyen 300 productores, sus sesiones se alargan desde las tres a las siete de la madrugada, haciendo de MercaValencia un enclave imprescindible para los tenderos que opten a un género de altura. Los participantes vienen de todas partes de la Comunitat, y por lo general, lo transportan las propias familias que laboran el campo. Es riqueza, tradición y, sobre todo, vida.
Y aquí Benimaclet se lleva la palma. El barrio quiso dar respuesta a las necesidades vecinales ante una crisis económica, inmobiliaria y moral que afectaba a sus entrañas, donde se proyectaba una agresiva restructuración con más de 1.300 viviendas nuevas. Nunca llegaron a construirse. Para cerrar la herida, la creación de los huertos urbanos aumentó progresivamente: primero con 47 parcelas, después con 60 y posteriormente con un centenar. Durante una visita a la zona, el alcalde de Valencia definía la experiencia ciudadana como “una conquista social”, basada en la participación y “en un urbanismo innovador que devuelve al barrio un espacio de huerta apreciado e intensamente vivido por los vecinos”. No hubo hormigón, pero se cambió por mucho verde. La propuesta es un modelo a seguir en otros enclaves de la ciudad, como es el caso de Orriols, donde hay cabida para esto y más.
“La suerte de Valencia es que todos los días sopla un viento de levante que se lleva los contaminantes y no hemos llegado hasta ahora a unos niveles que nos obliguen a tomar medidas. Evidentemente si existiese esa necesitad pondríamos medidas, las que hiciesen falta”. Así de rotundo se mostraba Joan Ribó esta semana, amante empedernido del pedaleo por la urbe, en referencia a la prohibición del tráfico rodado en Madrid. Y añadía: “Las personas tienen derecho a respirar un aire puro, y eso está por encima de la posibilidad de circular o no circular”. Puede parecer que esto no tiene que ver con la alimentación, pero nada más lejos de la realidad: en la medida que seamos capaces de preservar el buen estado de salud de la urbe, seremos guardianes de nuestros campos. Es por ello que el Ayuntamiento de Valencia es partidario de cualquier iniciativa que tenga que ver con el colectivo ciclista, para el que ya proyecta un nuevo despliegue de carriles que conecte el centro con los barrios.
En la escuela, en las familias, en la vida. Hay que hablar sobre las formas de comer, y hay que hacerlo con expertos, pero también con cocineros de toda la vida. La dieta mediterránea se está perdiendo. Abordar esta cuestión con los menores es esencial si es que aspiramos a que las hamburguesas, refrescos y cualquier otro tipo de comida procesada se convierta en la cúspide de su pirámide alimenticia. Es uno de los principales enfoques de FAO. El organismo promueve un enfoque de "escuela completa", donde el aprendizaje en el aula está vinculado a actividades prácticas favorables a la nutrición y la salud. Tendrán que tomar nota desde la Conselleria de Educación de Vicent Marzà. Y no hay que dejar de lado la concienciación. “También vamos a plantear la reutilización de los alimentos que se tiran para que ninguna persona padezca hambre en esta ciudad”, zanjan fuentes del consistorio.